Siempre he sido bastante escéptico en el tema de que las redes sociales aportan un tráfico de calidad para operaciones de comercio electrónico directo o indirecto. No por nada, sino porque el contexto en el que la mayoría de las redes sociales (sí, hablo de Facebook y Tuenti en España) se utilizan, que es el ocio, solo tiene relación con parte del comercio electrónico, el de aquellos sectores vinculados con el ocio de una u otra manera o que tienen una gigantesca masa de clientes, como pueda ser el sector textil, por ejemplo.
Es decir, que yo creo que vender camisetas o entradas de cine en Facebook tiene sentido, porque el contexto es parecido o por lo menos no hay una fractura de conceptos grande, pero no creo que tenga sentido vender en Facebook puertas blindadas, servicios de cerrajería o material agrícola, porque son contextos muy alejados del ocio y de la forma de uso de las redes sociales, a priori.
Dicho esto, también es cierto que creo a pies juntillas en las redes sociales como fuentes de tráfico muy cualificado para determinados productos, pero debe haber una cohesión fuerte entre el producto y la fuente de tráfico. Sin una relación coherente entre ambos, es un tráfico inútil para el objetivo, como tantos otros.
Vamos, que lo que si es cierto es que determinadas redes sociales son un muy buen nicho de mercado para determinados tipos de productos, que más o menos es lo que acabo de decir.
Y me creo el social commerce cuando hay una buena relación entre el producto a ofertar y la red social en la que se oferta
Y me lo creo de verdad desde hace poquito, por un ejemplo vivido en primera persona. Y para muestra de ello que mejor cosa que un caso práctico como Dios manda, que es como se debe demostrar el movimiento, andando.
Y esta es la historia que me demostró al 100% que el social commerce funciona. (Efecto suspense) Sigue leyendo »